Hay dos asuntos que me disgustan profundamente cuando se discute acerca de ludología en la red: uno es el «debate» entre narratología y ludología en lo relativo al análisis de los videojuegos; el otro es la proposición de los videojuegos como instrumentos para la educación o el trabajo. La discusión de estos asuntos distrae la atención desde lo verdaderamente importante, esto es, el estudio de los videojuegos. Se trata, además, de proposiciones sin peso conceptual, propias de quien, no pudiendo llegar más lejos que del nivel operativo, cree que sus ideas son el máximo límite posible de la disciplina discutida.
Gonzalo Frasca ha negado y ridiculizado el supuesto debate entre ludología y narratología. Josep Roca no niega que exista, pero les da un buen tirón de orejas a los porfiados que insisten no solo en mantener vivo el «debate», sino que, peor aún, se ponen del lado de la narratología. Proponer que los videojuegos sean analizados exclusivamente desde la perspectiva narratológica es como proponer que las obras arquitectónicas sean analizadas con métodos de la musicología. El entrecruzamiento de métodos en las humanidades resulta sano: yo mismo utilicé el método de análisis estructural de los mitos propuestos por Claude Lévi-Strauss para interpretar quince versiones literarias antiguas del Juicio de Paris. Pero proponer que todos los videojuegos sean analizados exclusivamente desde la perspectiva narratológica resulta absurdo, desproporcionado y hasta limitado intelectualmente.
De manera similar, hay quienes creen que los videouegos solo tienen valor porque pueden formar alumnos con mejor rendimiento y trabajadores más productivos. Como profesor y empresario, entiendo lo importante que resulta tener alumnos y trabajadores felices, pero esto no significa que sea correcto prostituir los videojuegos u otros altos productos culturales. Ciertamente, cada cual podrá usar como mejor le parezca sus videojuegos, pero no se librará así de mi juicio inquisitivo. Porque los videojuegos no son un mero juguete ni tienen por qué estar al servicio de otras áreas de la cultura. ¿Acaso alguien osaría afirmar que el valor de la Victoria de Samotracia se agota en la utilidad que tiene para la enseñanza de la escultura antigua? Hacer lo mismo con respecto a los videojuegos resulta igual de ofensivo e inapropiado.
Los videojuegos no están para ser analizados con métodos de las ciencias sociales o de la narratología, sino que con métodos propiamente ludológicos, como el método estructural. Los videojuegos tampoco son juguetes ni meras herramientas cuya máxima meta sea la de servir a áreas ajenas como la educación o el trabajo, sino objetos culturales superiores dignos tanto de admiración cuanto de una disciplina académica propia.
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