Leí una entrada titulada Virtual Capitalism, que habla acerca de las virtudes del sistema económico al interior del videojuego World of Warcraft. Se trata, por supuesto, de una economía abierta y sin regulaciones. De otra manera, no sería virtuosa. Y tal lectura me recuerda ciertas reflexiones que he tenido en el pasado acerca de la relación entre videojuegos y la economía.
Videojuegos como forma de entrenamiento laboral
Recuerdo cuando mi amigo Diego jugaba el Doom 3 y recibía objetivos específicos para cumplir en cada misión. Mirándolo jugar, le hice la observación de que ese videojuego serviría para entrenar futuros trabajadores en cuanto al cumplimiento de órdenes y satisfacción de objetivos. A él no le agradó la comparación, pero es perfectamente plausible. Hay ciertas precisiones que hacer, eso sí: algunas personas de pocas luces podrían tomarse en serio este comentario y creer en verdad que los videojuegos sirven como una forma de "entrenar" a los futuros trabajadores para que cumplan órdenes y sean eficientes. Pero esto solamente podría ser admitido por alguien paranoico. Por otra parte, el videojuego es algo diferente del trabajo asalariado por cuanto no necesitamos estar de acuerdo con nadie más para llevarlo a cabo (y no recibiremos un pago en dinero a cambio de experimentarlo). Esta podría interpretarse como una visión negativa acerca de los videojuegos, pero su falta de seriedad nos lleva necesariamente a concluir que no se trata más que de un chiste. Resulta útil, de todas maneras, tener en cuenta que no es una idea seria para prevenir que alguien pretenda instalarla como una interpretación realmente aplicable al mundo real.
Éxito económico de los videojuegos
Un aspecto notable de los videojuegos es su éxito económico cada vez más descollante. No solamente han sido exitosos en cuanto a ganancias, sino que también en cuanto a calidad del producto. Y estos dos hechos se encuentran íntimamente relacionados: los consumidores están felices de pagar por un buen producto. Y los desarrolladores están ansiosos de ofrecer videojuegos cada vez más impresionantes a videojugadores cada vez más exigentes. Si comparamos los antiguos videojuegos para Atari o Commodore con los actuales, nos daremos cuenta de que hay un abismo de diferencia entre ambos. Y debemos estar conscientes de que este abismo no se ha dado gracias a la intervención del Estado o gracias a los impuestos ni mucho menos gracias a las regulaciones que hoy pesan sobre la industria de los videojuegos. El magnífico avance ha tenido lugar porque hay un espacio suficiente para que la actividad sea desarrollada libremente. Y, por supuesto, mientras más libertad haya, mejores resultados obtendremos: empresas ganando más dinero (y empleando a más personas), videojugadores sintiéndose más satisfechos, gente más feliz.
El ejemplo de los videojuegos debiera ser tomado en consideración y aplicado en sectores decaídos como la educación y la salud. Los detractores de esta idea dicen que entonces solamente importaría el lucro y no el ofrecimiento de un buen servicio. Pero detengámonos, aunque sea un momento, a reflexionar sobre esta afirmación. Porque es obvio que quienes la sueltan no han reflexionado ni un segundo acerca de la barbaridad que acaban de decir. En primer lugar, el lucro no es algo punible por ley ni negativo moralmente: de hecho, es el estímulo que cualquiera persigue al realizar cualquier actividad económica. En segundo lugar, el lucro no arruina una actividad económica, sino que asegura su buen funcionamiento: si yo veo que estoy haciendo dinero y quiero seguir haciéndolo, procuraré mantener y aumentar el ofrecimiento de mis productos y servicios. En tercer lugar, el lucro no implica mala calidad, sino lo opuesto: ya nos lo muestran los videojuegos y resulta evidente porque, si yo quiero ganar buen dinero, ofreceré productos y servicios que satisfagan a mis clientes y los hagan volver una y otra vez. En cuarto lugar, el lucro no implica explotación de los trabajadores porque cada uno firma su contrato libremente y porque es la misma abundancia de dinero la que asegura (pero no obliga) la contratación de más personas en una empresa. En quinto lugar, el lucro funciona como un estímulo global para el buen funcionamiento y el crecimiento constante (con la consecuente e inevitable superación de la pobreza) de la economía: no podemos pretender que las cosas se hagan solamente por caridad ni obligar a nadie a que las haga así, puesto que esto implicaría violentar su libertad individual.
Vemos, en consecuencia, que el lucro es una virtud que está en gran medida ausente de nuestra educación y de nuestra salud. Sin embargo, también somos testigos del éxito que experimentan los sectores de la salud y la educación que están ligados con el lucro. Los enemigos de las libertades individuales se oponen al lucro y, por ende, al mejoramiento de nuestra educación y de nuestra salud. Una verdad tan sencilla, no obstante, no puede ser rebatida: necesitamos privatizar por completo y cuanto antes todo nuestro sistema educativo, así como nuestro sistema sanitario. No hay una vía más rápida para superar los mayores escollos de estos servicios en Chile. Y lo podemos ejemplificar de forma simple: si los videojuegos fueran una actividad estatal, probablemente estarían en el nivel de desarrollo equivalente al Atari o la Commodore y no serían accesibles para todos. En cambio, al ser una actividad libre y sin restricciones, se encuentran muy desarrollados y en constante mejoramiento y, aún más, todas las personas tienen acceso a ellos. Los videojuegos nos entregan muchas lecciones y esta es una muy importante: debemos estimular las libertades del mercado para mejorar nuestra calidad de vida.
Sistemas económicos en videojuegos
El autor de la entrada que mencioné al principio alaba la libertad mercantil que encontramos en World of Warcraft. Hay videojuegos en los que podemos experimentar con diversos sistemas económicos, como Civilization II, pero donde seguimos teniendo siempre la libertad de establecer rutas comerciales entre ciudades. Encontramos más restricciones en Seven Kingdoms, donde debemos firmar un tratado de comercio con el otro reino antes de enviar nuestra caravana o recibir la suya. Y experimentamos una amplia libertad en The Legend of Zelda o en Dragon Quest VIII: en ellos podemos comprar en diversos lugares y hasta apostar nuestro dinero.
Pero la naturaleza del videojuego es la de entregar la mayor libertad posible. Como ejemplar del mundo sin fronteras, el videojuego nos conduce a un mundo ideal (que realmente queremos conseguir) de libertad individual y ausencia de restricciones e impuestos arbitrarios. Porque este es el mundo al que aspiran quienes disfrutan con los videojuegos: uno en el que verdaderamente los individuos puedan actuar libremente y no tengan que preocuparse de declarar todas sus actividades económicas o de verse privados de una parte de su salario mensual porque la ley lo estipula así. Si los videojugadores somos sinceros con nosotros mismos, alcanzaremos esta conclusión: todas las actividades deben realizarse libremente para que sean virtuosas y buenas.