13 marzo 2016

Totalitarismo en RTS y TBS

Fuente: Apolyton

Algunos videojuegos de estrategia ofrecen posibilidades tentadoras para quien gusta de los experimentos sociales. Civilization II, por ejemplo, nos permite establecer tipos de gobierno adecuados para obtener una mayor productividad o un mayor control de las rebeliones. El despotismo ofrece un bajo control de ambos factores. La situación mejora con la monarquía, pero se vuelve realmente estable con su continuación natural en el juego: el comunismo. Paralelamente, uno puede optar por la república, que resulta muy conveniente en el plano de la productividad en detrimento del control de rebeliones. La república evoluciona en democracia, el tipo de gobierno que ofrece mayor productividad en el juego a la vez que mayor inestabilidad gubernamental: el descontento social y la presión del Senado pueden conducir a una caída del gobierno en cualquier minuto. El comunismo, menos productivo pero más controlado, evoluciona hacia el fundamentalismo, sistema en el que resulta difícil sostener un imperio competitivo, pero que goza de excelente control social. Este era mi favorito, sin duda, puesto que la paz social permitía desarrollar todo lo necesario para paliar la falta de productividad inherente a un sistema de estricto control social.

Vincent Ocasla, un joven filipino, desarrolló una serie de ciudades «perfectas» en SimCity 3000. Digo que estas ciudades son «perfectas» en el sentido de que están «acabadas» o, más precisamente, se encuentran en un punto de equilibrio que hace innecesaria la intervención del Jugador para mejorarlas. Los medios publicaron que Vincent había «ganado» el juego, pero yo sé que SimCity 3000 es un videojuego subjetivo, esto es, no admite la victoria del Jugador, sino solamente su derrota. Magnasanti, la ciudad más compleja construida por Vincent, seguirá funcionando in aeternum mientras él haga correr el juego (y no modifique la ciudad o la someta a catástrofes naturales). Esto no equivale, estructuralmente hablando, a una situación de victoria, sino a una perpetuación de la Sesión.

En una entrevista realizada por Mike Sterry, Vincent declara que «I could probably have done something similar—depicting the awesome regimentation and brutality of our society—with a series of paintings on a canvas, or through hideous architectural models. But it wouldn't be the same as doing it in the game, because I wanted to magnify the unbelievably sick ambitions of egotistical political dictators, ruling elites and downright insane architects, urban planners, and social engineers». Su visión resulta en extremo pesimista de acuerdo conmigo, pero estremecedoramente real en cuanto a las intenciones de políticos, urbanistas e ingenieros sociales. Para estas personas, la espontanidad individual es un problema que impide el funcionamiento «perfecto» de comunidades, ciudades y el mundo: tal como lo sería para un jugador de la serie SimCity. Vincent retrató el sueño colectivista de políticos, urbanistas e ingenieros sociales: nos mostró el mundo en el que ellos quisieran que todos los demás vivamos.

Vincent cree, no obstante, que «Similarly, [in the real world] if we make maximizing profits as the absolute objective, we fail to take into consideration the social and environmental consequences». Esto se debe, sin duda, a una confusión entre la ambición de políticos, urbanistas e ingenieros sociales con el ímpetu del emprendedor. Resulta obvio que perseguir la obtención de ganancias (lucro) no es un defecto, sino una virtud. Y es un hecho cada vez mejor documentado que la persecución de utilidades contrae cada vez mejores consecuencias tanto para las personas cuanto para el medio ambiente. Quienes han causado mayor daño en los ámbitos social y ambiental y carecen completamente de perspectiva para detenerlo o enmendarlo son políticos, urbanistas e ingenieros sociales que atentan contra la espontaneidad del emprendedor que inventa el pendrive.

Los experimentos sociales de los videojuegos no reflejan fielmente la realidad, pero hasta ahora han servido —al menos— para darnos una idea de qué tipo de mundo quisieran construir los políticos, urbanistas e ingenieros sociales: uno sin libertad ni espontaneidad.

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